Categoría: Activismo medioambiental

A día de hoy es innegable que la mayoría de personas pasa gran parte de su tiempo frente a pantallas y, en el caso de la gente joven, el uso de las redes sociales consume una cantidad de tiempo que no para de crecer.

Es importante que, dentro de las redes sociales, las personas que llegan a una gran audiencia hablen de temas actuales y relevantes tanto para la sociedad como para el planeta, no sólo de sus vidas, viajes y productos que les envían las marcas.

Instagram de Carlota Bruna

Cada vez son más los jóvenes que suben a sus plataformas contenido denunciando la situación crítica que está sufriendo nuestro planeta. Hay personas influyentes de todo el mundo y de todas las profesiones, con más o menos seguidores, pero el punto en común es su preocupación por los cambios que se deben hacer antes de que sea demasiado tarde para salvar el medio ambiente. En España una de las influencers más relevantes a la hora de hablar de veganismo, las empresas cárnicas, su contaminación y las consecuencias que esto causa al planeta es Carlota Bruna, que gracias a su implicación ha llegado a formar parte del Pacto Europeo por el Clima. Esta barcelonesa, estudiante de Nutrición y Dietética, emplea su Instagram como punto de información sobre su estilo de vida, formas de reducir plástico y opciones que ayuden a frenar el cambio climático.

Instagram de Martiño Rivas

Cada vez más personalidades de todos los sectores se posicionan a favor del planeta, subiendo a sus redes noticias y tips para mejorar el mundo en el que vivimos, haciendo que ese mensaje llegue a un número de personas que de otra manera no sería posible. Un ejemplo de esto es el actor y modelo Martiño Rivas, así como la también actriz Carolina Yuste o Georgina Amorós. Puede parecer que subir una foto invitando a sus followers a recoger los plásticos que encuentren en las playas o montañas que visitan, o a informarse sobre el cambio climático y lo que pueden hacer para evitarlo, son actos sin relevancia. Sin embargo, el hecho de que alguno de los seguidores de estas personas lo lea y se lo transmita a su entorno supone un gran avance, más aún teniendo en cuenta la relevancia pública de muchos de estos influencers.

Instagram de Inka Williams

A nivel internacional, hay varias modelos muy relevantes que hacen un esfuerzo, y en su día a día sacan momentos para hablar a sus seguidores de las posibles mejoras que están en sus manos. Blanca Padilla e Inka Williams son dos ejemplos de mujeres que luchan por conservar el planeta y ponen sus redes como escaparate de lo que sucede.

La mayoría de personas mencionadas en este artículo tienen secciones destacadas en sus perfiles para informar sobre el problema del plástico, la industria del fast fashion, la contaminación, cómo adoptar estilos de vida sostenibles y el conscious living. Cambiar nuestros hábitos y seguir a personas que defienden el cuidado del planeta y que hagan esfuerzos por tratar de frenar la crisis climática puede parecer una acción poco relevante, pero si cambiamos el contenido que consumimos a diario, podemos llegar a cambiar hábitos y rutinas.

Para entender la relevancia de la crisis climática en la actualidad y llegar a comprender la importancia que ha ido adquiriendo con el paso del tiempo habría que hacer un repaso por la historia y conocer las primeras manifestaciones que tuvieron lugar.

Las movilizaciones que vamos a nombrar a continuación sientan las bases del ambientalismo contemporáneo, son los primeros pasos que se dieron para proteger el planeta. A pesar de que fue en 1977 cuando la ONU decidió que el 5 de junio sería el Día Mundial del Medio Ambiente, las luchas ambientalistas comenzaron mucho antes.

Río Tinto, la primera manifestación medioambiental española

En 1988, en Huelva, cientos de obreros y sus familias decidieron hacerle frente a una empresa británica minera que trabajaba en la zona y que provocaba con su actividad gases de ácido sulfúrico que intoxicaban los pulmones de sus trabajadores, envenenaban al ganado y destruían las cosechas. Lo que empezó como una protesta pacífica para reclamar unas condiciones laborales y sanitarias dignas, y una denuncia por el daño medioambiental generado con su actividad, terminó siendo una tragedia, al ser disuelta con violencia por el ejército que acabó con la vida de 200 civiles.

Aunque algunos periodistas se hicieron eco de los hechos, este episodio fue eliminado de la historia hasta los años ochenta. La quema de materiales tóxicos al aire libre continuó hasta 1907, pero lo ocurrido en Río Tinto supuso un antes y un después en las manifestaciones a favor del medio ambiente.

En defensa de las ballenas

En la década de los setenta, Greenpeace comenzó su activismo para lograr la prohibición de la caza de ballenas, fue entonces cuando fotografías en las que un grupo de activistas se interponía entre los barcos cazadores y los cetáceos se hicieron populares.

En junio de 1980 uno de los barcos de Greenpeace, el Rainbow Warrior I, fue capturado por la Armada Española, por tratar de impedir las actividades de los balleneros gallegos. No obstante, en España no se dejó de cazar ballenas hasta 1986, año en el que entró en vigor la moratoria establecida por la Comisión Ballenera Internacional.

Septiembre de 2019: millones a favor del medio ambiente en más de 150 países

Las manifestaciones más concurridas de la historia, se dieron al menos en 150 países. La prensa internacional calculó que el día 27 de septiembre de 2019 se manifestaron dos millones de personas alrededor de todo el mundo, si a estas cifras les sumamos la asistencia a la manifestación del día 20, el total asciende hasta los seis millones de personas concentradas luchando por frenar el cambio climático.

Aquella fue la Semana Global para el Futuro, con el objetivo de manifestarse por todo el planeta para reclamar a los líderes mundiales acciones eficientes contra el calentamiento global. Dos meses después se llevó a cabo la COP25. A partir de ahí, Greta Thunberg y el movimiento de Fridays for Future se convirtieron en un fenómeno mediático medioambiental sin precedentes.

AIDA LÓPEZ CAMPO

Un informe reciente publicado por la Organización Mundial de la Salud advierte de que durante los dos últimos años de la pandemia por la COVID-19 se han generado 87.000 toneladas de residuos sanitarios.

La emergencia sanitaria hizo que de forma repentina tuviésemos que integrar en nuestra rutina el uso de elementos como las mascarillas. Aproximadamente 87.000 toneladas de equipos de protección personal (EPP) fueron adquiridos entre marzo de 2020 y noviembre de 2021 y enviados para atender las necesidades de los países por la COVID-19, a través de una iniciativa conjunta de las Naciones Unidas para situaciones de emergencia. La mayor parte de estos equipos acabarán convertidos en desechos una vez utilizados. 

Y esto no es lo más alarmante. Los autores de este estudio añaden que se han enviado más de 140 millones de kits de pruebas, que podrían generar 2.600 toneladas de desechos no infecciosos (principalmente plástico) y 731.000 litros de desechos químicos (el equivalente de una tercera parte de una piscina olímpica), y que se han administrado más de 8.000 millones de dosis de vacunas a nivel mundial, lo que ha generado 144.000 toneladas de desechos adicionales en forma de jeringas, agujas y contenedores de seguridad. 

La premura por ofrecer herramientas que solventasen el problema sanitario, hizo que la sostenibilidad pasara a un segundo plano. Ya lo advirtió el Director Ejecutivo del Programa de Emergencias de la OMS, Michael Ryan, era «absolutamente esencial» proporcionar a los trabajadores de la salud el equipo adecuado, pero también es imprescindible que estos equipos puedan utilizarse de forma segura, evitando el impacto medioambiental en los entornos cercanos.

¿Cuál es la solución entonces? En este informe se plantean una serie de recomendaciones como un uso «racional» de los equipos de protección, el reciclaje de los mismos y utilizar embalajes más sostenibles, reduciendo el uso de plásticos y el volumen de los mismos.

Por ejemplo, las mascarillas y los guantes suelen venir envueltos en packs de plástico. Este estudio propone apostar por los envases de cartón y así reducir la emisión de gases. Asimismo, apuestan por la reducción del uso de las mascarillas de una única vida. Existen opciones más sostenibles e igual de seguras.

Algunas otras recomendaciones que ofrece este estudio son:

 

  • Fortalecer la coordinación entre donantes mundiales de salud, logística, actores de prevención y control de infecciones, residuos sanitarios y medio ambiente.
  • Apoyar el cambio de comportamiento lejos del uso único y el uso excesivo de equipos de protección personal, a un uso apropiado y reutilizable, cuando sea posible.
  • Promover e invertir en EPIs más sostenibles desde el punto de vista medioambiental.
  • Actualizar, implementar y regular estándares de residuos sanitarios y prácticas sostenibles.
  • Invertir en la gestión segura de los desechos sanitarios y la higiene de las manos, como parte de una prevención y un control de infecciones más amplios.
  • Desarrollar, implementar y financiar una estrategia de mejora para la higiene de manos para reducir el uso innecesario de guantes.
  • Incluir la gestión de residuos en los presupuestos de salud e invertir en el mercado del reciclaje en los diferentes países para integrar unas prácticas de gestión de desechos más adecuadas.
  • Supervisar e informar periódicamente sobre las prácticas de residuos sanitarios.
  • Fomentar las opciones más sostenibles y seguras para los equipos de protección personal dentro y fuera de la atención de la salud.
  • Mejorar la formación, la tutoría y las inversiones para una seguridad y sostenibilidad en la gestión de residuos para los trabajadores de residuos.
  • Mejorar progresivamente la sostenibilidad medioambiental de las tecnologías de tratamiento de residuos.

Fuente: Global Analysis of Health Care Waste In the Context of COVID-19

 

Si hay algo que el Covid-19 haya golpeado con mayor fuerza que nuestra moral es el sistema en el que cohabitamos y desde el que se dispone todo el entramado social del que formamos parte -con mayor o menor agrado- pero parte, al fin y al cabo. Ante esto existen dos actitudes posibles: resignarnos y rendirnos a lo que venga o tratar de asimilar lo ocurrido (dándonos primero el tiempo y cuidados que necesitemos) y avanzar hacia alternativas más alentadoras.

Esta segunda postura, para quienes pensamos que otra forma de vivir(nos) es posible, nos ayuda a dibujar en nuestro horizonte quimérico algunos trazos con forma de esperanza a los que debemos aferrarnos para, entre todxs, aprovechar a esbozar en la materialidad un nuevo mundo postpandémico alejado del virus más mortífero que conocemos: el capitalismo.

La pandemia ha situado en el punto de mira popular una conocida problemática que ahora, con esta crisis, se ha vuelto todavía más evidente: el sistema por el cual nos regimos en la mayor parte del mundo, el llamado capitalismo neoliberal, no es solo infinitamente injusto y desigual, sino que es insostenible, y creer en su propia autoregularización, siguiendo la lógica ficcional de la autorregulación del mercado -que nunca ha fluctuado libre, siendo que en la posguerra estuvo controlado por los estados y en los últimos 50 años por los oligopolios- es una falacia global de proporciones colosales que nos conduce, como borregos frente al matadero, a crisis como las que estamos experimentando.  

Este virus no solo ha puesto en serio riesgo la salud de una buena parte de la humanidad, también la de este ente de orden social, político y económico en progresiva decadencia desde hace tiempo y que ahora agoniza por su incapacidad de hacer frente a una situación en la que los pilares sobre los que se asienta -y a través de los que pervierte todo lo que toca-, parecen no solo no ofrecer una solución sino agravar problemáticas ya preexistentes. 

A estas alturas de la distópica película que nos ha tocado vivir, la mayoría sabemos que existían numerosas advertencias previas al Covid-19 sobre una amenaza pandémica de carácter viral directamente relacionada con la degradación ambiental. Así lo pronosticaban varios informes del último decenio que alertaban acerca de la inminente aparición de un virus zoonótico, es decir, de los que saltan de animales a humanos. Algunos de estos documentos revelaban predicciones de escalofriante exactitud, como el informe “Global Trends 2025: A Transformed World” presentado por la National Intelligence Council (NIC), organismo dependiente de la CIA que, como recoge Ramonet en una publicación para Le Monde Diplomatique, apuntaba a la potencial “aparición de una enfermedad respiratoria humana nueva, altamente transmisible y virulenta para la cual no existen contramedidas adecuadas, y que se podría convertir en una pandemia global” e incluía otros detalles como que “si surgiera una enfermedad pandémica, probablemente ocurriría en un área marcada por una alta densidad de población y una estrecha asociación entre humanos y animales, como muchas áreas del sur de China y del sudeste de Asia, donde no están reguladas las prácticas de cría de animales silvestres lo cual podría permitir que un virus mute y provoque una enfermedad zoonótica potencialmente pandémica…”. Entonces, si existía una amenaza evidente y se había señalado en reiteradas ocasiones ante los gobiernos y la sociedad internacional, especialmente por la comunidad científica, ¿por qué no establecieron medidas preventivas? Por dos motivos radicalmente interconectados, el primero es que decidieron no invertir recursos en algo que, por el momento, en sus mandatos no estaba ocurriendo; el segundo motivo es el que da pie precisamente a la lógica mezquina que rige al primero, la capitalización y el pensamiento mercantil aplicado a todos los ámbitos, incluido a la vida.

El éxito en la expansión global de un pensamiento basado en la lógica mercantilista responde a la consecución de varios factores, pero existe una triada clave que autores como Maurizio Lazzarato señalan: la concentración del poder y la producción (monopolios y oligopolios); la financiarización de la economía mundial; y la globalización como forma de imponer un neocolonialismo subyugante y sistémicamente desigual. 

Para entender mejor las implicaciones que esto tiene a todos los niveles y su interrelación con la actual crisis, cabe apuntar que el gasto público del Estado de bienestar (como los gastos sanitarios), los salarios y las pensiones, están ahora indexados al equilibrio financiero y este a su vez depende de la influencia que ejercen los oligopolios y monopolios que -como ya conocemos por experiencia de crisis anteriores- no tienen como prioridad asegurar el bienestar social, ni siquiera el empleo o la productividad, sino su propia rentabilidad. Por lo tanto, el supuesto Estado de bienestar, para poder ser garantizado, debe adaptarse (generalmente a la baja) a las necesidades de los mercados. Este mecanismo ha deteriorado estrepitosamente, como no podía ser de otra forma, el sistema público, en especial en lo que se refiere al sistema sanitario y su capacidad de hacer frente a las emergencias.

Además, mientras que desde la economía financiera se adjudicaban cada vez mayor parte de los beneficios empresariales, muchos trabajadores de la economía real, que se dedican a producir bienes y servicios tangibles y necesarios, no solo han sufrido durante años casi una congelación en sus salarios y una constante incertidumbre laboral, sino que la importancia que como sociedad le hemos dado a dichas labores ha ido en constante detrimento. Irónicamente, en esta crisis hemos visto cómo muchos de esos trabajos son tan fundamentales que han sido recalificados como esenciales y, quienes los realizan, junto con el personal sanitario, están poniendo en riesgo su propia salud mientras que los demás nos resguardamos del contagio en nuestras casas.

Si esta crisis socio-sanitaria está sirviendo para algo positivo es para que colectivamente nos paremos a reflexionar en torno a una serie de cuestiones urgentes como cuáles son las actividades sociales y económicas más importantes, cuál debería ser el papel del estado en dicho escenario, cuál será nuestra responsabilidad y propósito respecto al mundo en el que vivimos, las implicaciones medioambientales y sociales que nuestro modo de vida conlleva y, por encima de todo, cómo podemos desechar, de una vez por todas, el depredador modelo global de “crecimiento y desarrollo”.

Un modelo que para su sostenimiento, entre otras cosas, devasta ferozmente la naturaleza y la biodiversidad, lo que nos acerca cada día más al desastre climático y ecológico y genera terribles impactos y desequilibrios ambientales y sociales como esta pandemia; establece una falsa dicotomía entre salud y desarrollo económico; presiona y deteriora paulatinamente sectores públicos básicos como la salud, la educación o la ciencia; favorece la precarización laboral y el incremento del desempleo; promueve la feminización y no remuneración de sectores laborales fundamentales, lo que a su vez ha motivado la profunda crisis de los cuidados en la que estamos inmersos… y un largo etcétera.

No podemos seguir hablando y actuando en términos vinculados a la búsqueda de un constante crecimiento económico a cualquier precio, no podemos seguir pensando que el único mundo imaginable y posible viene de la mano del término “desarrollo” si ese desarrollo significa perpetuar un mecanismo basado en seguir haciendo crecer la economía a costa del planeta y de las personas que lo habitamos.

La crisis actual es también una crisis cultural e ideológica, de valores y prioridades. Pero es igualmente una oportunidad para fomentar precisamente algunos de los valores más positivos latentes en la humanidad como la solidaridad o el cuidado mutuo, claves para la transformación que necesitamos. Esta inestabilidad en la que nos movemos puede ser precisamente la que nos abra el camino para corregir el rumbo. Como bien anunciaba el filósofo Byung-Chul Han: “El virus no vencerá al capitalismo. […] Somos nosotros, personas dotadas de razón, quienes tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo”.

Urge confeccionar proyectos que encaminen a nuestra sociedad hacia la igualdad, la gobernabilidad social y la transición ecológica, incluso hacia el decrecimiento y la resolución de la crisis climática, hacia una nueva relación de respeto y empatía con la naturaleza y con todos los seres que coexistimos en este planeta. Para ello, precisamos de estrategias que apunten en muchas direcciones, pero bajo una perspectiva común. Además de presionar a los poderes públicos, también podemos y debemos actuar desde abajo, desde la acción ciudadana, tratando de crear sinergias entre la sociedad civil y los gobiernos. En este sentido, existen infinidad de iniciativas posibles como el tejer redes colectivas en los barrios y comunidades donde vivimos e implicarnos en causas sociales y medioambientales a través del voluntariado. 

 Fuentes:

O’callaghan, C., 6 ABR 2020. «Salud planetaria y COVID-19: la degradación ambiental como el origen de la pandemia actual.» Instituto de Salud Global de Barcelona.

Han, B., 22 MAR 2020. «La Emergencia Viral Y El Mundo De Mañana. Byung-Chul Han, El Filósofo Surcoreano Que Piensa Desde Berlín.» EL PAÍS. 

Lazzarato, M., 11 ABR 2020. “¡Es El Capitalismo, Estúpido!. El fin de la pandemia será el comienzo de duros enfrentamientos de clases.” El Salto.

Ramonet, I., 22 ABR 2020. «?La Pandemia Y El Sistema-Mundo». Le monde Diplomatique.

Sempere, J., 2020. «Por Un Proyecto De Salvación Pública Ante El Desastre Climático Y Ecológico.» Mientrastanto.org.

Suárez, L.; Asunción, M.; Rivera, L. y otros. (2020). «Pérdida de naturaleza y pandemias. Un planeta sano por la salud de la humanidad». WWF España.