11-02-22
Activismo medioambiental

Medioambiente, pandemia y capitalismo: urgencia y oportunidad de un cambio de rumbo

Si hay algo que el Covid-19 haya golpeado con mayor fuerza que nuestra moral es el sistema en el que cohabitamos y desde el que se dispone todo el entramado social del que formamos parte -con mayor o menor agrado- pero parte, al fin y al cabo. Ante esto existen dos actitudes posibles: resignarnos y rendirnos a lo que venga o tratar de asimilar lo ocurrido (dándonos primero el tiempo y cuidados que necesitemos) y avanzar hacia alternativas más alentadoras.

Esta segunda postura, para quienes pensamos que otra forma de vivir(nos) es posible, nos ayuda a dibujar en nuestro horizonte quimérico algunos trazos con forma de esperanza a los que debemos aferrarnos para, entre todxs, aprovechar a esbozar en la materialidad un nuevo mundo postpandémico alejado del virus más mortífero que conocemos: el capitalismo.

La pandemia ha situado en el punto de mira popular una conocida problemática que ahora, con esta crisis, se ha vuelto todavía más evidente: el sistema por el cual nos regimos en la mayor parte del mundo, el llamado capitalismo neoliberal, no es solo infinitamente injusto y desigual, sino que es insostenible, y creer en su propia autoregularización, siguiendo la lógica ficcional de la autorregulación del mercado -que nunca ha fluctuado libre, siendo que en la posguerra estuvo controlado por los estados y en los últimos 50 años por los oligopolios- es una falacia global de proporciones colosales que nos conduce, como borregos frente al matadero, a crisis como las que estamos experimentando.  

Este virus no solo ha puesto en serio riesgo la salud de una buena parte de la humanidad, también la de este ente de orden social, político y económico en progresiva decadencia desde hace tiempo y que ahora agoniza por su incapacidad de hacer frente a una situación en la que los pilares sobre los que se asienta -y a través de los que pervierte todo lo que toca-, parecen no solo no ofrecer una solución sino agravar problemáticas ya preexistentes. 

A estas alturas de la distópica película que nos ha tocado vivir, la mayoría sabemos que existían numerosas advertencias previas al Covid-19 sobre una amenaza pandémica de carácter viral directamente relacionada con la degradación ambiental. Así lo pronosticaban varios informes del último decenio que alertaban acerca de la inminente aparición de un virus zoonótico, es decir, de los que saltan de animales a humanos. Algunos de estos documentos revelaban predicciones de escalofriante exactitud, como el informe “Global Trends 2025: A Transformed World” presentado por la National Intelligence Council (NIC), organismo dependiente de la CIA que, como recoge Ramonet en una publicación para Le Monde Diplomatique, apuntaba a la potencial “aparición de una enfermedad respiratoria humana nueva, altamente transmisible y virulenta para la cual no existen contramedidas adecuadas, y que se podría convertir en una pandemia global” e incluía otros detalles como que “si surgiera una enfermedad pandémica, probablemente ocurriría en un área marcada por una alta densidad de población y una estrecha asociación entre humanos y animales, como muchas áreas del sur de China y del sudeste de Asia, donde no están reguladas las prácticas de cría de animales silvestres lo cual podría permitir que un virus mute y provoque una enfermedad zoonótica potencialmente pandémica…”. Entonces, si existía una amenaza evidente y se había señalado en reiteradas ocasiones ante los gobiernos y la sociedad internacional, especialmente por la comunidad científica, ¿por qué no establecieron medidas preventivas? Por dos motivos radicalmente interconectados, el primero es que decidieron no invertir recursos en algo que, por el momento, en sus mandatos no estaba ocurriendo; el segundo motivo es el que da pie precisamente a la lógica mezquina que rige al primero, la capitalización y el pensamiento mercantil aplicado a todos los ámbitos, incluido a la vida.

El éxito en la expansión global de un pensamiento basado en la lógica mercantilista responde a la consecución de varios factores, pero existe una triada clave que autores como Maurizio Lazzarato señalan: la concentración del poder y la producción (monopolios y oligopolios); la financiarización de la economía mundial; y la globalización como forma de imponer un neocolonialismo subyugante y sistémicamente desigual. 

Para entender mejor las implicaciones que esto tiene a todos los niveles y su interrelación con la actual crisis, cabe apuntar que el gasto público del Estado de bienestar (como los gastos sanitarios), los salarios y las pensiones, están ahora indexados al equilibrio financiero y este a su vez depende de la influencia que ejercen los oligopolios y monopolios que -como ya conocemos por experiencia de crisis anteriores- no tienen como prioridad asegurar el bienestar social, ni siquiera el empleo o la productividad, sino su propia rentabilidad. Por lo tanto, el supuesto Estado de bienestar, para poder ser garantizado, debe adaptarse (generalmente a la baja) a las necesidades de los mercados. Este mecanismo ha deteriorado estrepitosamente, como no podía ser de otra forma, el sistema público, en especial en lo que se refiere al sistema sanitario y su capacidad de hacer frente a las emergencias.

Además, mientras que desde la economía financiera se adjudicaban cada vez mayor parte de los beneficios empresariales, muchos trabajadores de la economía real, que se dedican a producir bienes y servicios tangibles y necesarios, no solo han sufrido durante años casi una congelación en sus salarios y una constante incertidumbre laboral, sino que la importancia que como sociedad le hemos dado a dichas labores ha ido en constante detrimento. Irónicamente, en esta crisis hemos visto cómo muchos de esos trabajos son tan fundamentales que han sido recalificados como esenciales y, quienes los realizan, junto con el personal sanitario, están poniendo en riesgo su propia salud mientras que los demás nos resguardamos del contagio en nuestras casas.

Si esta crisis socio-sanitaria está sirviendo para algo positivo es para que colectivamente nos paremos a reflexionar en torno a una serie de cuestiones urgentes como cuáles son las actividades sociales y económicas más importantes, cuál debería ser el papel del estado en dicho escenario, cuál será nuestra responsabilidad y propósito respecto al mundo en el que vivimos, las implicaciones medioambientales y sociales que nuestro modo de vida conlleva y, por encima de todo, cómo podemos desechar, de una vez por todas, el depredador modelo global de “crecimiento y desarrollo”.

Un modelo que para su sostenimiento, entre otras cosas, devasta ferozmente la naturaleza y la biodiversidad, lo que nos acerca cada día más al desastre climático y ecológico y genera terribles impactos y desequilibrios ambientales y sociales como esta pandemia; establece una falsa dicotomía entre salud y desarrollo económico; presiona y deteriora paulatinamente sectores públicos básicos como la salud, la educación o la ciencia; favorece la precarización laboral y el incremento del desempleo; promueve la feminización y no remuneración de sectores laborales fundamentales, lo que a su vez ha motivado la profunda crisis de los cuidados en la que estamos inmersos… y un largo etcétera.

No podemos seguir hablando y actuando en términos vinculados a la búsqueda de un constante crecimiento económico a cualquier precio, no podemos seguir pensando que el único mundo imaginable y posible viene de la mano del término “desarrollo” si ese desarrollo significa perpetuar un mecanismo basado en seguir haciendo crecer la economía a costa del planeta y de las personas que lo habitamos.

La crisis actual es también una crisis cultural e ideológica, de valores y prioridades. Pero es igualmente una oportunidad para fomentar precisamente algunos de los valores más positivos latentes en la humanidad como la solidaridad o el cuidado mutuo, claves para la transformación que necesitamos. Esta inestabilidad en la que nos movemos puede ser precisamente la que nos abra el camino para corregir el rumbo. Como bien anunciaba el filósofo Byung-Chul Han: “El virus no vencerá al capitalismo. […] Somos nosotros, personas dotadas de razón, quienes tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo”.

Urge confeccionar proyectos que encaminen a nuestra sociedad hacia la igualdad, la gobernabilidad social y la transición ecológica, incluso hacia el decrecimiento y la resolución de la crisis climática, hacia una nueva relación de respeto y empatía con la naturaleza y con todos los seres que coexistimos en este planeta. Para ello, precisamos de estrategias que apunten en muchas direcciones, pero bajo una perspectiva común. Además de presionar a los poderes públicos, también podemos y debemos actuar desde abajo, desde la acción ciudadana, tratando de crear sinergias entre la sociedad civil y los gobiernos. En este sentido, existen infinidad de iniciativas posibles como el tejer redes colectivas en los barrios y comunidades donde vivimos e implicarnos en causas sociales y medioambientales a través del voluntariado. 

 Fuentes:

O’callaghan, C., 6 ABR 2020. «Salud planetaria y COVID-19: la degradación ambiental como el origen de la pandemia actual.» Instituto de Salud Global de Barcelona.

Han, B., 22 MAR 2020. «La Emergencia Viral Y El Mundo De Mañana. Byung-Chul Han, El Filósofo Surcoreano Que Piensa Desde Berlín.» EL PAÍS. 

Lazzarato, M., 11 ABR 2020. “¡Es El Capitalismo, Estúpido!. El fin de la pandemia será el comienzo de duros enfrentamientos de clases.” El Salto.

Ramonet, I., 22 ABR 2020. «?La Pandemia Y El Sistema-Mundo». Le monde Diplomatique.

Sempere, J., 2020. «Por Un Proyecto De Salvación Pública Ante El Desastre Climático Y Ecológico.» Mientrastanto.org.

Suárez, L.; Asunción, M.; Rivera, L. y otros. (2020). «Pérdida de naturaleza y pandemias. Un planeta sano por la salud de la humanidad». WWF España.

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